Atanasio Villalba León

Palabras de Teodoro Leo dedicadas a la figura de Atanasio Villalba León.

Nos hemos reunido esta noche ubriqueña, en este marco incomparable, para rendir un merecidísimo homenaje a uno de nuestros más preclaros paisanos, Atanasio Villalba León. Yo, que he tenido la suerte de conocerlo desde la más tierna niñez, puedo hablar con toda propiedad de los inmensos valores y virtudes que atesora, valores y virtudes que nacieron en el seno de una ejemplar familia ubriqueña, cuya unidad familiar estaba compuesta por Paca León, una entrañable mujer y admirable madre, por Atanasio Villalba, el padre, una magnífica persona de reconocido prestigio que gozó del respeto y admiración de sus convecinos, y por sus hermanos Adolfo, Antonio, Maria del Carmen y Pepe. En aquellos ya lejanos años de mi juventud temprana, y debido a la amistad que tenía con Pepe Villalba, el menor de los hermanos, tuve la suerte de visitar aquella casa de la calle Pozuelo, situada en el emblemático barrio de El Caracol, esencia e historia viva de Ubrique. En aquella casa sentí los calores del afecto y de la amistad más sincera. Su recuerdo me ha acompañado toda mi vida.

Hablar de Atanasio es hablar del cantaor flamenco que lleva dentro de su ser, una herencia que viene de lejos y que habita en su cuerpo por los lazos de la sangre: su padre, Atanasio Villalba, su tío Adolfo Villalba y su hermano Adolfo fueron magníficos cantaores de flamenco. Ese torrente de sabiduría flamenca ha tenido su continuidad en Antonio Villalba, hijo de Atanasio, el cual es fiel representante de una saga de artistas que ya forman parte, sin ningún género de dudas, de la extensa y fructífera nómina de cantaores ubriqueños.

Creo que es de justicia reseñar que uno de los más grandes iconos en el cante flamenco de Atanasio Villalba, de su padre y de todos sus familiares cantaores, es la figura impresionante de Pepe Marchena, “El Niño de Marchena”. Este gran cantaor, controvertido, sí, pero que revolucionó en su época el mundo del flamenco, fue un innovador y tuvo la osadía de crear su propia escuela. Fue el creador de la bellísima colombiana e introdujo por la puerta grande, en el universo más genuino y selecto del flamenco, a los llamados cantes de ida y vuelta.

Es tan grande el caudal laudatorio recibido por Pepe Marchena a través de personalidades de la cultura, intelectuales y artistas, que su reseña sería interminable. Pero sí he querido traer una de esas citas, por la profundidad de su mensaje, de uno de los grandes actores de la historia del cine, el polifacético Charles Chaplin, el cual dijo que: “Le tenía mucha envidia al Niño de Marchena porque con éste se emocionaban las mujeres y con él sólo se reían”. La alabanza no puede ser más ilustrativa de lo que Pepe Marchena significó y significa en el mundo del cante flamenco.

La vida de Atanasio Villalba, aparte de sus actividades profesionales en el campo de la marroquinería, cuyo testigo ha cogido su hijo Atanasio al frente de la empresa familiar, ha estado íntimamente ligada a su familia: su esposa y compañera, María, a la que le envío un respetuoso y cariñoso beso, sus hijos Atanasio, María Isabel y Antonio, y sus nietos Álvaro, Alejandro y Alma, aquí presentes, los cuales representan el motivo más importante de su existencia.

Hablar de Atanasio es hablar del cante flamenco, dado su gran amor a todo lo que significa ese arte. Es cantaor de gran altura y estudioso del cante tanto de su génesis, de su desarrollo a lo largo del tiempo, de sus vicisitudes, como de su proyección al futuro. Podemos decir de Atanasio Villalba, con toda rotundidad, que en el conocimiento y estudio del cante flamenco es un verdadero erudito, en definitiva, un flamencólogo que ha llevado su magisterio allende nuestras fronteras ubriqueñas a base de conferencias, charlas y coloquios en numerosos escenarios de resonancia cultural y académica, entre ellos nada menos que en la Universidad Complutense de Madrid, donde tuvo la oportunidad de dar una conferencia sobre este bellísimo arte y donde sentó cátedra.
A lo largo de su vida, su relación con otros cantaores, guitarristas y bailaores ha sido profunda, abundante y fructífera. Uno de sus grandes amigos y compañero en innumerables fiestas, reuniones y espectáculos flamencos ha sido, y es, Manuel Román Mena, “Manolo el Pescaó”, un magnífico cantaor y un no menos brillante guitarrista cuya presencia tenemos el gusto de disfrutar esta noche. Las personas que reseño a continuación, una lista incompleta pues es materialmente imposible citarlas a todas, forman parte igualmente del elenco de amigos (entre los que tengo el honor de encontrarme), compañeros, cantaores, guitarristas y bailaores que han acompañado a Atanasio Villalba a lo largo de su recorrido vital, con los que ha disfrutado y con los que ha saboreado todo el universo sentimental y emocional que emana, como una torrentera, de los poros del flamenco: Lorenzo Domínguez “Lorencito”, Juan Maza, Miguel Gil “Fosforito”, Antonio Gago “Manzanito” y Rafael Flores “El Tato”, fallecidos; Luis Domínguez Rojas, José López López er de Genoveva, José Pérez Pérez, Juan Torres Orellana, Miguel Jaén, Miguel Gálvez Acevedo, Vicente Domínguez, Diego Ordóñez Benítez, José Ortega Bullón, “El Piconero de Arcos”, “El Rubio de Arcos”, Jesús “El Choza”, Manolo Simón, Juan Pedro Ordóñez, José Antonio Maza, Carmen Guerrero, “La Chata del Cantillo”, Carmen Albaicín, Vanessa Lara, Anabel Ortega, Antonio Aguilar, Salvador Mota, Miguel Rodríguez, Juan Flores Amaya, nuestro guitarrista en este acto, al que felicitamos por haber sido padre hace unos días.

Aunque admirador de Marchena y por tanto de los cantes de ida y vuelta, Atanasio es un enamorado de los palos básicos del cante flamenco y por supuesto de todos los palos en general. Pero hay un palo que está encaramado en toda la cúspide de la pirámide del cante jondo, la soleá, por la que Atanasio siente una especial sensibilidad y reconocimiento, siendo probablemente su cante preferido. No en vano, en el libro “Sentimientos”, de reciente publicación, escrito por Atanasio Villalba, y en el que nos ha regalado un precioso ramillete de composiciones poéticas ilustrativas de los cantes más importantes del amplio abanico del flamenco, la soleá ocupa el lugar preeminente, a la que dedica nada menos que ¡nueve páginas!

Tiene tanto sabor y representa tanto los valores y esencias del cante jondo, que la soleá fue también objeto de atención de grandes escritores y poetas, entre otros, de Manuel Machado, de Rafael de León y de Federico García Lorca, embrujados probablemente por la pasión desbordante del contenido de sus letras. 

La soleá nos habla de sentimientos tan profundos como el desamor, la muerte, el desengaño, el dolor, la angustia…
La amargura, el desgarro, el desamor en toda su crudeza tienen su máxima expresión en esta estrofa de una soleá escrita por Atanasio Villalba:

Te quise hasta la locura
y con creces lo pagué,
me quedé solo y sin nada,
qué falso fue tu querer.

O en esta otra la frustración del enamorado que, cuando sufre el desaire de su amada, vencido por los dardos del desamor, tiene un momento de cordura y deja su beso en el aire:

Porque te quise besar
tú me hiciste un desaire,
yo no me pude aguantar,
dejé mi beso en el aire.

Hablar de Atanasio es hablar del humanismo. La dignidad y el valor de la persona humana conforman el eje del humanismo. El objetivo del hombre es practicar el bien e intentar encontrar la verdad. Si partimos de estos presupuestos para definir de una forma amplia al humanismo, Atanasio es un humanista de los pies a la cabeza, pues toda su vida ha girado en torno al compromiso con el hombre, a su realización plena y al rechazo de cualquier maniobra o acción que coarte su libertad. 

Hablar de Atanasio es hablar, desde luego, del poeta, del poeta que nos canta, a través de bellísimas composiciones poéticas, toda la grandeza del cante representado en los palos más emblemáticos de este arte. Así, el poeta desnuda sus sentimientos ante la belleza femenina, ante las heridas del olvido, ante el veneno de los celos, ante las flechas del amor no correspondido, ante la anciana que, tiritando de frío en una noche de invierno, pide limosna en un portal, ante la mujer de la vida que en su lecho del dolor pide perdón a sus hijos, ante las penas del minero en el duro forjado de su existencia, ante las murmuraciones y el engaño, ante la victoria de la verdad sobre la mentira, ante el cultivo de la amistad, ante la belleza de la sierra gaditana, ante los símbolos de Andalucía y el sentimiento andaluz, ante la belleza de Ubrique y su Patrona, la Virgen de los Remedios, sus grandes industriales, sus grandes petaqueros y sus rincones más floridos, ante grandes maestros del cante que nos dejaron, como Fosforito, Pericón, Antonio Molina y Camarón, ante grandes cantaores, guitarristas y bailaores ubriqueños que acompañaron a Atanasio en el mundo del flamenco y de la amistad, ante sus amigos y personas más reconocidas y, desde luego, ante sus personas más queridas. 

Así le canta Atanasio en una granaína a uno de los lugares más bellos de Granada:

Que lo guardan los leones
un patio tiene La Alhambra
-que lo guardan los leones-
y de vigilante el agua,
porque presa en sus rincones
vive la sombra de Amara.

Hablar de Atanasio es hablar de un ramillete de sentimientos y actitudes que jalonan su existencia: amistad, afecto, cariño, amor, familiaridad, compañerismo, responsabilidad, tenacidad, caballerosidad, lealtad, elegancia, sinceridad, empatía, honorabilidad… Pero hablar de Atanasio –permítanme poner aquí todo el énfasis y toda mi emoción contenida– es hablar también de la fuerza y el vigor de la palabra, la palabra que sale con la fuerza desgarradora de la naturaleza, esa que nace del fondo de su corazón pero también de los pliegues armoniosos de su alma, la que inunda los espacios con el timbre de los pájaros cantores. Su palabra es la sonora melodía de los mares encrespados, el batir de las olas en su llegada triunfal a la arena de la playa, el eco ancestral que repite el gemido de la piedra prehistórica; su palabra, sí, es el verso enamorado que escala las fronteras de la noche, que se esparce por el manto de los trigos y encuentra su plenitud en el tapiz ondulado de la cubierta de los ríos; su palabra es el metal incandescente de la voz, el fuego abrasador del canto del poeta, el beso que hiere los labios de la amada. Sus palabras son retazos de cenefas y frisos adornando la cornisa del cielo, un florilegio de emociones y sentimientos que embargan los corazones del espectador o del oyente.

Atanasio ha embelesado a través de su palabra a auditorios entregados. Sus presentaciones son elogios encendidos a los diferentes palos del cante, a los cantaores y cantantes, a la tierra andaluza a la que tanto ama y, especialmente, a su sentimiento como gaditano y ubriqueño.

Querido Atanasio, ha sido para mí, y estoy seguro que para todas las personas aquí presentes, una gran satisfacción y un inmenso placer el haber contribuido a la realización de este homenaje, un reconocimiento a todas tus virtudes y cualidades y, especialmente, a la gran persona que eres.

Muchas gracias.
Teodoro Leo Menor

Fuentes: El Periodico de Ubrique

Romance a Atanasio Villalba León

Por Teodoro Leo Menor

Por los senderos del cante
se oye un rumor que embelesa:
canta Atanasio Villalba
entre lirios y azucenas.

Se estremecen los flamencos
y se estremece la pena
por un cante que ha nacido
a la luz de las estrellas.

Y lloran los martinetes
y también las malagueñas,
y la soleá y la milonga
y las tarantas mineras.

Y el firmamento es un baile
de luceros y cometas,
todos bailando en silencio
escuchando las saetas
que va cantando Atanasio
desde las altas almenas,
como canta Rafael
a su Virgen de La Estrella.

La noche sigue avanzando
y el erudito y poeta
va desgranando sus versos
con genio, arte y solera.

Suena el fandango flamenco
por las calles y plazuelas
como un río desbordado
que corriera por sus venas.

Alegrías van sonando,
ya ha comenzado la juerga,
está cantando Atanasio
en su eterna primavera.

Suenan los cantes de fragua,
el martinete ya suena:
es un cante de misterio,
de sentimiento y de pena.

De los cantes más antiguos
es la toná verdadera,
desesperada y violenta
como el fuego de una hoguera.

Sangre de la zarabanda
es la bella petenera,
llena de melancolía
y fina como la seda.

Los quejíos de las cañas
tienen sabor de cerezas
y sus ayes melodiosos
el regusto de las fresas.

Cante solemne y difícil
es la serrana rondeña,
que conserva con orgullo
sus resonancias camperas.

Y las nanas melodiosas
que van dejando su estela
en las cunas infantiles
presas de la duermevela.

Los tangos son de mi Cádiz,
de Jerez, Sevilla y Utrera
y en el barrio de La Viña
hay que ver lo bien que suenan.

Cuando Pericón los canta
se estremece La Caleta
y los bailan a ese son
todos los barcos de vela.

La soleá apasionada
se escuchaba en la tabernas,
en las tascas y el colmao,
en los bares y en las peñas,
donde las canta Atanasio
en noches de luna llena
con ritmo alegre y compás,
con jondura y con pureza.

Un cante angustioso y duro
es la taranta minera,
la que nació en Almería
y se fue para otras tierras,
como Jaén y Linares,
como Murcia y Cartagena,
y en La Unión se coronó
como un cante de bandera.

Es un cante melodioso
la solemne malagueña,
la que cantaba El Mellizo
en su forma más flamenca,
y Don Antonio Chacón
divulgó con nueve letras
malagueñas de tronío
que elevaron su grandeza.

La siguirilla es jondura,
el sufrimiento refleja,
y en la toná primitiva
tiene su santo y su seña.

Trágicas y dolorosas,
canto del alma flamenca,
“templo sonoro del cante”
nos dice Blas Vega de ellas.

Granaína es un fandango
que recrea la belleza
del Darro y de mi Granada,
del amor y de la tierra.

Fue Don Antonio Chacón
quién más corazón le diera,
y de la media granaína
fue creador y mecenas.

Las marianas gitanas
que canta Curro Malena,
como El Cojo las cantaba,
hace tiempo que no suenan,
las trajeron los gitanos
por caminos y veredas
y en el flamenco pusieron
su belleza y sus esencias.

La milonga, la guajira,
la colombiana tan bella,
la vidalita, la rumba,
todas hijas de Marchena,
que en la catedral del arte
tienen sitio de primera
y es patrimonio flamenco:
son los cantes de ida y vuelta.

Mantienen los entendidos
que el misterio de la debla
es un canto de amargura,
sin esperanza y tristeza.

La cantó Tomás Pavón,
el mejor según Mairena,
el que la desempolvó
pa´ que la gente la oyera.

Las bulerías alegres
son el alma de la fiesta
y tienen un solar de arte
en Jerez de la Frontera.

Bulliciosas y burlonas,
son remate de la juerga
cuando de uno en uno salen,
todos bailando la pieza.

Y estos grandes cantaores,
de una página incompleta,
se suman a este homenaje
en esta noche ubriqueña:
Franconetti, El Fillo, El Nitri,
Torre, Chacón y Poveda,
Caracol y Chocolate,
Manuel Vallejo y Mairena,
Morente y José Mercé,
Lebrijano y Agujetas,
El Cigala y Camarón,
Lobato y Curro Malena,
La gran Niña de los Peines
la gran Niña de la Puebla,
Molina y Carmen Linares,
Mellizo y Curro Lucena,
Fosforito y Pepe Pinto,
y el genial Pepe Marchena,
principal protagonista
de la Ópera Flamenca,
que rompió formas y moldes
y creó su propia escuela.

Ellos cantaron los palos
y recibieron la herencia
y del cante son los dueños,
los mejores albaceas.

Y en esta noche dorada
con Atanasio se entrega
este gran grupo de amigos
que engalanan esta peña.

Texto de Teodoro Leo dedicado a Atanasio Villalba León el 20 de diciembre de 2013 en la Peña Flamenca de Ubrique

Comentarios desactivados en Atanasio Villalba León